Por Horacio Espasandín, Coordinador de Áreas
Hace unas semanas atrás estuve en Brasil. Una semana en Canasvieiras, no más. Demasiado calor y humedad para mi gusto. Aunque no es del clima de lo quiero hablar. Resulta que una noche, sentado en un bar, me puse a charlar con unos de esos personajes cincuentones, con la voz notoriamente gastada por más de un exceso, simpáticos o más bien simpaticones que van de bar en bar haciendo sociales. Un tipo solo, es más de un sentido.
El tipo adoraba a Lula. Cómo no hacerlo. Entre tanta cosa que decía, me comenta que es médico y militar, retirado ya. Enseguida llevo un poco más allá la charla a fin de que comente algo sobre el avance argentino en materia de derechos humanos. Sabía adónde lo quería llevar. Y llegó rápido. “El pasado hay que dejarlo atrás”, dijo en un portugués cada vez más patinoso. Después lo remató con un “acá no se mataron tantos como allá”. También me hizo notar que no le gustaba que Lula ande con Chavez, como si a esa altura a mí me faltara confirmación alguna.
El tipo adoraba a Lula y aclaro que yo también lo hago. Porque Lula nos dejó contento a los dos. Porque Lula lo dejó contento a él, como a los militantes del MST. Personalmente, y desde mi mentalidad clasista, creo que si del gobierno te vas con un 85% de aprobación, es porque algo te quedó sin hacer. O al menos creo eso para países latinoamericanos. Sabidas son algunas cosas que Lula no llegó a hacer, nombro dos: a) abrir los archivos militares para recuperar el paradero de cientos de desaparecidos y, desde esa apertura, comenzar los procesos que lleven justicia a la sociedad y; b) la reforma a la ley de medios. Se las dejó a Dilma, y quizá esté bien que así haya sido.
Hoy leo que las Fuerzas Armadas de Brasil presionan a Dilma para ocultar el pasado. Como lo hicieron con Lula, pero peor, porque saben que ella lo va a llevar a cabo. Se muestra segura y es mujer. Y eso al milico clásico (que es algo así como la institucionalización del machismo), lo aterra. Dentro de la nota, el reguero de lugares comunes: que la investigación no contribuye a la paz nacional, que ya pasaron 30 años desde que la dictadura terminó y que casi seguro nadie va a poder llegar a la verdad, que también se juzguen a los guerrilleros, en fin, más de lo mismo. Un guión a voces.
Ojalá, Brasil, su pueblo, ése que quiere posicionarse definitivamente como líder regional, encuentre el camino a la justicia, que será reparación histórica. Que también logre una moderna y plural ley de medios que vaya en consonancia con los procesos de renovación democrática que la región demuestra. Y celebremos, entonces sí, ese exiguo 50% de aprobación que tendrá Dilma para su reeleción.
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